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me fui un tiempo a Montevideo, pero
solo estuve cuatro meses; durante ese
tiempo aproveché para hacer y cono-
cer muchas cosas. Recuerdo también,
mis épocas de futbolista y ciclista.
Cuando estaba por cumplir 22 años
me casé. Como quería hacerme una
casa en un fraccionamiento nuevo y mi
padre no me prestaba plata, me fui a
trabajar en la construcción del Frigorífi-
co Colonia, donde estuve un año y me-
dio, haciendo de todo, desde albañil,
colocar techos y hasta el control de las
herramientas. En los ratos libres, con
la experiencia en la construcción y gra-
cias a mi suegro, que me prestó unos
pesos para comprar ticholos, pudimos
hacer una casita.
Volví a trabajar con mi padre, por-
que fue a buscarme dos o tres veces,
le propuse hacer una sociedad en el
tambo y la industria con él y mi cuña-
do. Fuimos creciendo y tuvimos años
muy buenos, fueron como 10 años.
Al arrendar el campo de Colonización,
me separé de la sociedad, primero mi
padre lo tomó mal, pero luego lo en-
tendió.
Toda esta experiencia me enseño
que siempre a todas las cosas negati-
vas, se le puede sacar la parte positiva.
¿Cómo fueron esos años de pro-
ductor rural?
En febrero de 1973, el Instituto Na-
cional de Colonización me otorgó la
fracción donde estoy actualmente,
que estaba totalmente abandonada,
campos quebrados, con mucha pie-
dra, bajos con sumideros, zanjas, cha-
cras erosionadas, sucias y totalmente
infértiles, prácticamente sin alambra-
do, la casa en muy mal estado y casi
sin agua para vivir.
Lo primero que tuve que hacer fue
alambrar y al mismo tiempo, elegí el
mejor potrero de 20 hectáreas. Con
el tractor y una excéntrica de arrastre
prestada, estuve moviendo tierra dos
días sin parar, cuando estuvo pron-
ta, sembré Lotus y Falaris. A los dos
años (1975), conseguí una ordeñadora
Westfalia de balde con motor a nafta,
una enfriadora, y con el apoyo de la
Comisión Honoraria del Plan Agrope-
cuario (Ing. Agr. Alfonso Graña) sem-
bré 50 hectáreas de praderas y las
repartí en 10 parcelas. Entonces, traje
un tambero y arranqué a ordeñar 25
vacas, la mayoría Normando, y remi-
tía la leche a CONAPROLE. Debíamos
sacar la leche en tarros hasta la calle
donde pasaba el camión, lo hacíamos
en una jardinera tirada por caballo por
3 km sin camino ni puente. Siempre la
leche de los tarros de la tarde, se cor-
taba, por lo tanto cobraba muy poco
dinero, era casi todo pérdida.
En el 82, los números del tambo es-
taban en “rojo”, no se sacaba casi nada
de leche (300 a 400 litros por día). Re-
cuerdo que en una reunión de grupo
en mi casa el Sr. Walter Rivoir me dice
“lo que tienes que hacer es ir vos a
ordeñar…”
.
Lo hablé con mi señora y
el 20 de mayo de 1982, me traje una
“catrerita” para dormir; la puse en la
punta del galpón y comencé a orde-
ñar. A los dos meses de estar orde-
ñando, ya había llegado a 500 litros
y siempre buena calidad, la cosa co-
menzó a cambiar. La anécdota fue un
día, cuando llegué donde esperaba el
camión para cargar los tarros, estaba
Don Perez y me dice:
“tienes el carro
lleno de tarros, pero en la primavera
vas a llegar a 1000 litros”.
Y tal cual…,
en esa época llegué a esos litros, con
55 vacas en ordeñe. Fueron años muy
duros porque trabajábamos desde las
3 de la mañana hasta las 9 de la no-
che, casi siempre corriendo, sin un día
de descanso.
Así comencé a ver una luz en el ho-