Campos de Genes
Los cultivos modificados por la
ingeniería genética cambiarán el modo en que el mundo
se alimenta, se viste, y se cura a sí mismo.
Como cualquier productor norteamericano,
Rod Gangwish de Shelton, Nebraska, es un hombre con olfato para los negocios,
prudente en tomar posición en lo que alguien dice es el próximo
gran salto en tecnología agrícola. Por eso cuando las primeras
semillas de maíz genéticamente modificadas para resistir
enfermedades fueron liberadas en 1997, Gangwish procedió con lentitud.
Por un año, este productor de tercera generación, cultivó
una pequeña parcela de su extensión de 600 hectáreas
para averiguar si la semilla podría, tal como le habían
advertido, resistir la peste llamada el barrenador de maíz europeo
sin que disminuyeran los rendimientos.
Gangwish, como todo productor, tuvo que
hacer un cálculo: las nuevas semillas costarían más,
pero él ahorraría en pesticidas.
El productor de 48 años
resultó victorioso. Derrotó el barrenador de maíz
y logró un poco más de rendimiento con los maíces
biomodificados. Conforme con los resultados, comenzó a plantar
las semillas en un tercio de su superficie el año pasado. Ahora,
con la proximidad de la siembra de primavera en las Grandes Planicies,
Gangwish está experimentando con soja diseñada para resistir
herbicidas de alto poder para combatir malezas. "Las nuevas tendencias
en biotecnología son el acontecimiento más grande desde
el surgimiento del maíz híbrido", dice.
Los híbridos, conjuntamente
con el incremento del uso de fertilizantes e irrigación, dieron
paso a la tan mencionada revolución verde entre 1950 y 1960,
período donde se elevaron los rendimientos y cientos de millones
de personas fueron salvadas de la inanición. Los rendimientos
de maíz, por ejemplo, crecieron de 1.900 kg/há en 1920
a 11.000 kg/há hoy en día. Algunos investigadores temen,
sin embargo, de que sean posibles mayores ganancias.
Pero las innovaciones en genética
han hecho posible mejorar las cosechas de una manera que los semilleristas
convencionales no hubieran soñado. Luego de años de investigación
y unas pocas promesas truncas, está en puertas una segunda revolución
verde. La tecnología genética que ha transformado el cuidado
de la salud se está comenzando a aplicar en las plantas, y las
posibilidades son infinitas. Con los sistemas tradicionales de selección,
lleva de siete a ocho años producir una nueva planta, que puede
ser marginalmente mejor que su antecesora. La ingeniería genética
permite a los investigadores insertar virtualmente cualquier gen en
una planta y crear un nuevo cultivo- de hecho una nueva especie- en
casi la mitad de tiempo. Y virtualmente todo es posible.
Las plantas podrían ser modificadas
para emitir sus propios pesticidas, crecer en suelos secos o salobres,
y producir alimentos nutritivamente superiores a los disponibles en
la actualidad. Los cultivos se están diseñando para producir
nuevos tipos de plásticos como también vacunas y alimentos
que puedan evitar enfermedades. Esta segunda revolución podría
tener un impacto en la economía entera, dado los U$S 800.000
millones anuales que los americanos gastan en comida solamente. Su importancia
fue reconocida por el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos;
Alan Greenspan, quien dijo: "no puedo enfatizar demasiado la profunda
importancia del cambio tecnológico en el campo".
"Lo que está sucediendo ofrece
la promesa de curar las enfermedades y producir más y mejores
alimentos en el suelo de un modo más sustentable", afirma Robert
B. Shapiro, presidente de Monsanto. "Estamos hablando de tres de las
mayores industrias del mundo –agricultura, alimentación y salud-
que ahora operan como negocios separados, pero existen una serie de
cambios que conducirán a su integración".
El potencial de los avances
científicos está por demás claro. Pero si los negocios
pueden capitalizar esta revolución es una pregunta más
difícil. Los inversionistas y empresarios en busca de beneficios
en agricultura ya han tenido frustraciones anteriormente. Lo que parece
diferente esta vez, sin embargo, es que algunas de las más grandes
compañías del mundo han apostado sus futuros en la nueva
tecnología.
Sus esfuerzos han permitido
la creación de una nueva industria: las biociencias o ciencias
de la vida. El primer cultivo modificado genéticamente se lanzó
al mercado hace apenas cinco años, pero este año el 50%
del área de maíz, soja y algodón de EEUU, será
sembrada con cultivos transgénicos, estima el economista Nicholas
G. Kalaitzandonakes, de la Universidad de Missouri en Columbia. En el
transcurso de cinco años, se espera que el mercado de productos
agrícolas y alimenticios genéticamente modificados alcance
U$S 20.000 millones, frente a U$S 4.000 millones en 1999. Hacia el 2020,
el mercado podría alcanzar U$S 75.000 millones, según
el Grupo Zeneca. " Es muy probable que para comienzos del 2000, virtualmente
todo producto alimenticio tenga alguna modificación en sus genes"
afirma Charles S. Johnson, director de Pioneer Hi-Bred International
Inc..
Una mayor resistencia ha
comenzado en Europa, donde los miedos de las "comidas Frankestein" han
alcanzado un nivel febril. El escepticismo público sobre las
regulaciones gubernamentales, combinado con controversias en torno a
un estudio en el cual se afirma que ratas alimentadas con papas modificadas
genéticamente sufrían daños en el sistema inmunológico,
avivaron las protestas de los europeos.
Pese a la reacción,
la estrategia de las biociencias ha sido abrazada agresivamente en Europa.
Todas las grandes agroquímicas están trabajando fuertemente
en productos genéticamente modificados para liberar al mercado
mundial. Los proyectos incluyen trigo y cebada resistentes a hongos,
y papas que podrían usarse para producir almidón industrial
más sólido.
En su carrera contra las
compañías americanas, las europeas enfrentan un obstáculo
significativo, feroces protestas de los consumidores y mensajes confusos
de los hacedores de política en sus propios mercados. Estos consumidores
que reclaman prohibiciones temporarias en los cultivos modificados genéticamente,
parecen estar preocupados sobre el papel de la ciencia, el grado de
competencia de los hacedores de política, y la creciente invasión
de las grandes compañías en la agricultura y en los mercados
alimentarios. "Los alimentos genéticamente modificados tienen
grandes beneficios potenciales" dice Ian Willmore de Amigos de la Tierra
en Londres, "pero es una cuestión de quién es el propietario,
qué hacen con ellos, y cómo son introducidos en el mercado.
Los productos que actualmente se están introduciendo benefician
las compañías pero no al público en general."
Aún si los nuevos cultivos pasan
el conjunto de las regulaciones, no está claro todavía
cuándo o cómo los agentes involucrados en las biociencias
recuperarán los millones invertidos en desarrollar los productos.
"Si tu deseas hacer insulina en soja, puedes hacerlo. Si eso tiene sentido
económico es una cuestión abierta", advierte el jefe de
desarrollo de productos Pîoneer, James E. Miller.
En 1984, investigadores que
trabajaban con Monsanto, fueron capaces de usar una bacteria como vehículo
para insertar un nuevo gen en un pariente de una planta de tabaco. La
bacteria contiene una pieza móvil de ADN, que puede transferirse
fácilmente de un organismo a otro. Los científicos insertan
una pieza de ADN con una característica deseada –resistencia
a un insecto, por ejemplo- y luego permiten a la bacteria infectar una
planta. Así se transfiere el ADN foráneo a la célula
de la planta. La célula de la planta alterada se autoreplica,
y una nueva especie transgénica ha nacido.
La bioingeniería de
nuevas especies ha conducido a un sísmico cambio en la agricultura.
El primer producto de impacto vino de Monsanto en 1996; una soja diseñada
para resistir altas dosis del herbicida glifosato. Los científicos
de Monsanto introdujeron un gen que hacía a la soja resistente
al herbicida y así podía aplicarse libremente a las malezas
sin dañar los cultivos.
Algodón a prueba
de insectos. En los dos años anteriores, el gen resistente
al glifosato ha sido insertado en algodón y maíz. Kalaitzandonakes,
de la universidad de Missouri estima que solo el uso de soja resistente
al glifosato podría ahorrar a los productores tanto como mil
millones de dólares al año en costos de herbicida. Al
mismo tiempo, científicos de distintas compañías
han insertado con éxito un gen para combatir insectos de una
bacteria encontrada en el suelo en algodón y otros cultivos.
Dicha bacteria crea una proteína mortal para ciertos insectos,
reduciendo o eliminando la necesidad de pesticidas.
El éxito de estos
primeros cultivos modificados genéticamente reformaron la industria.
En la búsqueda de genes útiles, las grandes compañías
científicas van a marcha forzada. Se han secuenciado tres cuartos
de los 80.000 genes de maíz y debería completarse el trabajo
en el correr de cinco años. "Es una meta razonable pensar que
sabremos la función de todos los genes de las plantas dentro
de 10 años", predice el director de Mendel, Chris S.Somerville.
Una vez que la función de un gen es conocida, los investigadores
quieren ser capaces de activarlo o no según su deseo.
Todos estos avances podrían
también producir un gran resultado para los consumidores en la
forma de comidas más nutritivas. Los próximos años
verán una afluencia de aceite de maíz y de soja saludables
para el corazón, algunos de ellos procesados como aditivos o
suplementos dietéticos. Los científicos están trabajando
para reducir las alergias alimentarias causadas por proteínas
que no son digeridas. También se está trabajando, por
ejemplo, en tratar de insertar un gen para aumentar el contenido de
lycopeno en tomate. Lycopeno es un compuesto natural que se piensa puede
ser efectivo en la prevención de varios tipos de cáncer.
Todos estos avances científicos
significarían poco si los consumidores rechazasen las plantas
transgénicas. Manifestantes en Europa han incendiado campos de
papa en Irlanda, y han vertido un camión de soja genéticamente
modificada en los peldaños de las residencias oficiales en Londres.
Un consorcio de las siete empresas líderes de supermercados de
Europa acordó a mediados de marzo, deshacerse de todas las mercaderías
cuyas etiquetas hicieran referencia a productos genéticamente
modificados. Algunas personas creen simplemente que "el hombre no debería
jugar a ser Dios", tal como afirma Arnd Grewner, un auxiliar de la delegación
del Partido Verde del parlamento alemán. Hay además temores
de que la biotecnología pueda crear y desencadenar organismos
peligrosos. "Estamos entrando en procesos que no podemos controlar,
que podrían crear daños irreparables en el medio ambiente",
agrega. Nuevos organismos peligrosos "podrían ser creados y liberados
en el ambiente, y luego no seríamos capaces de volver atrás".
No ayuda que gigantes firmas
de agroquímicos, que ya están dejando un legado de polución,
se hayan convertido en símbolos para todo aquello que está
mal con la "Gran Ciencia" y el "Gran Negocio". "La reacción en
Europa es similar a la de los religiosos fundamentalistas en otros países"
dice Daniel Varella, presidente de Novartis.
Estén o no bien fundadas
las protestas, han motivado que los productores tomen precauciones.
David Leha, que cultiva maíz y soja en Independence, Iowa, es
un creyente en las semillas modificadas genéticamente. Pero él
no desea realizar ningún cambio total hasta que responda una
pregunta básica: ¿podremos vender nuestras cosechas en
Europa, América del Sur o Japón?
En EEUU, mientras tanto,
hay crecientes inquietudes en torno a la concentración de poder
dentro de la agricultura. Los agentes que establecen las políticas
alimentarias y las regulaciones están estableciendo una analogía
entre el dominio de la compañía Microsoft en los sistemas
operativos y el control de las compañías biocientíficas
sobre la tecnología de semillas. El secretario de Agricultura,
Daniel R. Glickman se pregunta si las compañías deberían
ser forzadas a liberar información genética de las plantas
al domino público.
Y hay además, preocupaciones de
que los gigantes de la biociencia se interesarán solamente en
los mercados más ricos y en los productores más solventes
mientras que el mundo en desarrollo padece hambre. "Existen muy serias
preguntas acerca de si los avances tecnológicos serán
para el beneficio público", advierte Ismail Sergeldin, jefe del
Grupo Consultivo del Banco Mundial para la Investigación Internacional
en Agricultura.
Antes de que las recientes
compañías de biociencias obtengan sus ingresos, nuevos
métodos de distribución de alimentos y salvaguardias necesitan
ponerse en vigencia, uniendo laboratorios, productores, operadores de
granos y procesadores. Separar los cultivos genéticamente modificados
de los naturales es de por sí una enorme tarea , así como
lograr una amplia difusión de las regulaciones para el etiquetado.
Los competidores en la industria
de las biociencias están convencidos de que están destinados
para distribuir cultivos que prometerán mayor salud, seguridad
y productividad. Ahora solo deben persuadir a los productores y consumidores
para que los compren.
Por Richard A. Melcher
en Chicago y Amy Barret en Filadelfia, con Hon Carey en Washington,
Geri Smith en ciudad de México, Jack Ewing en Frankfurt.
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